4 septiembre, 2015

“Lo que ocurre es eso”

Carta abierta al periódico El Mundo con motivo de la publicación de la imagen del niño refugiado sirio hallado muerto en la costa turca. Su contenido es extensible a otros muchos medios de comunicación que han adoptado la misma postura.

Las fotografías del cadáver de Aylan han dado la vuelta al mundo creando un impacto mediático definido casi desde el primero momento como histórico. No hay una única instantánea, de hecho existe un vídeo de la propia secuencia en la que se ve al guardacostas turco sacándole del mar. Las imágenes son tan escalofriantes que es imposible mostrarse indiferente ante ellas.
Convencido de ello, los medios de comunicación no han dudado en utilizarlas en las portadas de sus ediciones del 3 de septiembre, aunque ha habido diferencias. En algunos casos el rostro del niño no se ha mostrado, garantizando así su intimidad, pero otros criterios periodísticos sí han llevado a mostrar toda la crudeza de la realidad sin mayor filtro.

El Mundo, consciente de que se estaba cruzando una línea, ha compartido en su página web un resumen de la reunión de portada que llevó a su cúpula directiva a tomar la decisión de mostrar la imagen más sobrecogedora del menor. “Lo que ocurre es eso” o “la realidad no hay que evitarla” son algunos de los argumentos utilizados para su publicación, opiniones que, parecen no ser conscientes quienes las sostienen, que servirían para defender la publicación de cualquier tipo de contenido.

El argumento maquiavélico de que esa fotografía servirá para tomar conciencia y sensibilizar seguramente sea real, tan real que nos delata como sociedad adormecida y cómplice, sociedad que necesita ver a un niño muerto para reaccionar. 

Desde Red Acoge, ONG en defensa de la población inmigrante y refugiada, continuamos con nuestra compaña “Inmigracionalismo”, con la que intentamos alertar sobre el peligro del trato sensacionalista o deshonesto de este tipo de hechos. Las realidades sobre las que el Periodismo debe informar suelen ser duras. La manera en las que se narran nunca debería cruzar ciertas líneas rojas, mucho menos si cabe cuando se trata de un menor muerto a cuya familia nadie ha preguntado.